Todas las acciones fueron movidas por querer simplemente ir a disfrutar una película.
Apenas empezaba la semana, la entrada prometía un 50% de descuento por ser lunes y aunque era poco más de las 6pm quedaba la función de las 9pm; por lo que decidí comunicarme con mi mejor amigo para pedirle que me acompañara. Además, que así compartiríamos un rato diferente viendo una película, cosa que el ama y yo por otros intereses no tanto. Estaba predispuesta a un respuesta negativa de su parte, sin embargo no fue así. Acordamos el lugar y tiempo aproximado de encuentro. Al salir de clases no demoré nada en salir de la universidad; pensaba que él llegaría primero, dado que yo debía cruzar toda la capital y resignarme al tráfico acostumbrado en la autopista. Esta vez decidí tomar otra vía alterna, no por alterna se entiende que no halla tráfico, pero tenía fe que tardaría menos de lo acostumbrado. Debía cruzar toda una avenida empinada llena de semáforos cada tantos metros; cuando estaban en verde se divisaba una especie de línea unánime roja que era producto de los autos que ya tenían sus luces encendidas y ascendían la congestionada avenida. Afortunadamente en el trayecto semi empinado me detuvo solo una luz roja.
Antes de terminar el trayecto de la avenida, recibí una llamada de mi mejor amigo. Contesté con mucha algarabía por la música que sonaba en el equipo, decidí bajar volumen para escucharlo con claridad. De algarabía pasé a un estado de inquietud e incertidumbre, ¿por qué? porque mi amigo me informó que había chocado. Su voz era nerviosa, desesperada. Yo intenté calmarlo diciéndole que ya llegaría, cosa que no creía, pero mantenía la firme esperanza. Me tranquilicé cuando me dijo que nada le había pasado y sugerí que llamara a su papá mientras yo llegaba. En el camino, eran muchos los pensamientos y sentimientos, entre ellos: culpa e inseguridad. La culpa ya la hablaremos; inseguridad porque primera vez que se me presentaba una situación como aquélla. Llegué, lo abracé, pregunté como había sido. Pregunté por el otro implicado en el accidente que se dio a la fuga. Detallé el carro, que por los daños sufridos no podía ser movido. ¿Y entonces qué? Me consolaba diciendo que bastaba con estar ahí presente y calmarlo, después de todo eso es lo que uno espera de su mejor amiga ¿no? intenté no pensar en lo que haría sino llegar y esperar que reaccionara el instinto.
El instinto nunca actuó, angustia y decepción fueron las únicas protagonistas de esta situación. ¡Ah! Y la culpa. Nunca llegué... O, mejor dicho, ya era tarde...
Someramente fue culpa de la cola. Entiéndase por cola, tráfico, carro atrapados en una f*cking autopista.
Entonces, aquí va el bombardeo de preguntas que cada venezolano se hace: ¿Por qué no existe una buena política que sea capaz de desarrollar vías de transporte que descongestionen las principales autopistas? ¿Por qué no descentralizar y sacar a tanta gente de este mísero espacio geográfico que no puede con más? Puede percibirse un poco exagerado el decir que sentí culpa y decepción por causa de una cola que me imposibilitó ayudar a un amigo, estoy más que segura que ese día quizás me tocó a mí pero esta historia se repite a diario: el padre que no llegó para ayudar a su hijo ¿quizás?, el extranjero que perdió su vuelo por no llegar a tiempo al aeropuerto, el niño que tuvo que esperar en el colegio más de 3 horas después de la hora de salida porque su madre o transporte estaban atrapados en el tráfico. Sólo por citar 3 posibles casos... Esto es mirando solo un lado de las perspectivas, en estos momentos todo lo que pasa y deja de pasar se ve influenciado por la política.
Sin embargo, yo podría pensar que fue el fatum. Que esa cola tuvo que estar ahí ese día porque yo no sabía qué hacer. Que pudo ser una jugada del destino que jugó a mi favor para no quedar en mala posición con mi mejor amigo. ¡BAH! Eso por no dejar de ver las cosas en diferentes ángulos. Si hay algo que no se puede ignorar es que el destino no puede ser el mismo para cada venezolano en el acontecer diario.
Oroyelix Lozada
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