Su lugar predilecto es el recién
construido Centro Cultural Padre Carlos Guillermo Plaza. Aníbal Rondón a sus 58
años trabaja en la nueva biblioteca desde hace menos de un año. Recorre los
pasillos del amplio edificio con pala y escoba en mano para deshacerse de
cualquier basura mal parada. La limpieza es su manía. Sus pasos son cortos y
lentos, como si las botas negras de ancha suela le pesaran. Delata cierta
timidez, pues la cámara lo intimida. Se aleja cada vez que se siente invadido. Nació
y creció en Altagracia de Orituco, una ciudad situada en el estado Guárico con
una población de no más de cien mil habitantes, y a los veintiún años abandonó
la llanura para hacer vida en la ciudad caraqueña. Vive
con su hermana y el esposo luego de haberse divorciado de su señora hace cuatro
años. Su tono de voz es apenas audible y con parcas palabras se describe como “utilero”
porque hace “de todo lo que le pongan”. No existe trabajo que rechace por
desconocimiento. Todo lo hace y si no, lo intenta. Para el señor Rondón el
trabajo es fundamental para ganarse el pan. Expresa con sus propias palabras: “Como
dice el dicho: ‘si no trabajas, no comes’”. En cada amanecer sigue esa premisa
de vida.
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