Si lo lees... "Ese es tu peo"

Por Oroyelix Lozada | @oroyelix

Aunque hubiésemos querido seguirle los pasos a Cheverito, el presupuesto era recortado. Decidimos conocer una pequeña parte de la amplia costa venezolana, Chuao fue nuestra casa por tres días y dos noches.

Tres mujeres solas. El hombre que nos acompañaría, aun cuando se le insistió, declinó por compromisos académicos impostergables. Su ausencia no me generó mayor inquietud que saber que éramos tres mujeres solas. Aunque se contrapuso el excesivo feminismo de Dana. Me resultó inspirador para emprender lo que para mí era una “hazaña”. Acampamos dos noches en carpa bajo el manto negro estrellado y acompañadas del monólogo del mar.

Procuramos ser equitativas con todo. Atún, fajitas, arroz, carne molida, jamón y queso encabezaron el menú de esos tres días.

Este viaje estuvo lleno de debuts e inminencias. La primera. Nos sorprendió un temblor de magnitud 4 en Maracay, duró al menos tres segundos. Así comenzó nuestro despertar el día que partimos a Chuao. Estábamos en casa del embarcador. El sacudón de la tierra fue el tentempié de nuestro desayuno familiar. Los teléfonos repicaban con urgencia. Podías intuir lo que decía la voz al otro lado: “¿Lo sentiste? Aquí todos salimos” al tiempo que respondían “Sí, vale. Pero fue rápido, gracias a Dios. Saludos a todos por allá”. Un accidente escatológico a consecuencia del “cague” que le provocó el temblor a una tía del embarcador, nos hizo el chiste mañanero. Pronto ya habíamos llenado el estómago con arepas dulces con queso blanco y jugo. Con barriga llena partimos.

El embarcador, para amainar su culpa nos dejó en la vía. Antes, ya nos había dado una pequeña inducción sobre el recorrido con los tiempos promedio, el lugar idóneo para estacionar a Megan, mi auto, la duración del recorrido en lancha y lo más importante: la búsqueda de Manzanita.

La segunda calamidad, mi visita mensual. No se le ocurrió mejor momento que llegar el día antes de partir, así que debía lidiar con ella y sus dolores junto con la playa y la arena. Nada fácil considerando que iba a acampar.

La tercera, se trataba del acontecimiento más emblemático para mí. Llegaríamos a un lugar que desconocíamos en la búsqueda de un tal “Manzanita”. ¿La razón? Creo que ninguna. Ya Daniel, el embarcador, lo conocía y nos habló de él:
—Búsquenlo que es súper pana. Es una nota, les va a caer súper bien. Ya verán -con una alegría infantil imperturbable pese a sus casi 30 años.

Manzanita es un amigo de Chuao. Una referencia para turistas del mundo. El amigo de un amigo termina siendo el puente de enlace entre continentes y ciudades alejadas del pueblo.

La primera misión al llegar era buscar a Manzanita. A decir verdad me sentía como la Eugenia Blanc de Blue Label en búsqueda de alguien que desconoce, -en su caso era su abuelo, en el mio un señor que fácilmente podría ser mi abuelo o mejor dicho mi papá- separados por no sé cuántos kilómetros, sin mayor dato que un apodo como “Manzanita” y con una supuesta certeza de que él haría mi estadía más llevadera.

Embarcar la lancha fue fácil. Los lugareños se encargan de arrearte hasta su transporte -con nombres bien particulares-, así consiguen el dinero diario que imagino se convierte en litros de ingesta de cerveza y quizás pescado. 

Pasados 20 minutos arribamos al malecón de Chuao. Era sábado y los pobladores estaban de fiesta; cornetas inmensas con reggaetón a todo volumen nos dieron su bienvenida sandunguera. Toldos patrocinados por la polar light decoraban el estrecho pasillo del malecón. Se sentía la algarabía, cosa a la que le rehuimos. Mi bolso me tenía la espalda tensa. Dana, que se molesta por casi todo, tenía una lucha con el peso de su bolso nada ergonómico. Pesaba mucho, demasiado, pero se negó a nuestra ayuda. Lyn y yo aparte de nuestras mochilas compartíamos el peso de la cava que contenía nuestra comida.

Caminamos por la orilla de la playa un montón de metros, y cada cierta distancia preguntábamos por Manzanita. Indicaban que estaba casi al finalizar la playa. Sí, lejos. Después de preguntar tres veces, llegamos finalmente a la casa del personaje.

El tiempo amenazaba con una torrencial lluvia. Dana, como líder, se acercó a la parte techada con sillas y mesas que daba la impresión de ser un restaurant playero. Ahí estaba Manzanita, desacreditando todas mis imágenes sobre su posible apariencia. Se presentó con un fuerte estrechón de manos y beso bien plasmado. Hizo un par de preguntas sobre a qué Daniel nos referíamos, supongo que para fijar y recordar quién era con exactitud. Pensé que si no lo recordaba de seguro nos echaría. Lo recordó sin problemas y nos presentó a una muchacha contemporánea con nosotras, sostenía en su mano izquierda una polar negra.   Pronunció Minerva con su sonrisa perfecta.

Manzanita nos advirtió sobre la lluvia y recomendó que instaláramos la carpa debajo de su techo. Se supone que debían ser dos carpas, pero inconsistencias en la comunicación entre Dana y Lyn provocó que una asumiera que la otra llevaría la carpa. Así que nos las arreglamos para meter dos colchones en mi taguarita.

El viaje de hora y media hacia Choroní estuvo lleno de anécdotas personales; la familia, el futuro, la situación del país, el trato hacia los futuros hipotéticos hijos y su administración del dinero. La estrecha y montañosa carretera de vez en cuando se reducía a un solo canal, de los dos que la componen. Subidas y bajadas bruscas pusieron a prueba mis capacidades como conductora. Y lo dijeron ellas: me gradué como pilota a pruebas de baches, buses y huecos desprevenidos, mención publicación (este es el cuarto ítem de la lista de los debuts).

Dana es de esas mujeres que no necesita de nada, ni nadie para hacer lo que quiere. Su voluntad es suficiente. Forever Strong versa en su brazo derecho. La tinta negra indeleble le bombea la fuerza necesaria para mantenerse fuerte e impávida todos los días, al menos eso es lo que proyecta. Posee esa capacidad de liderar en cualquier sala que se encuentre por su carácter intrépido y proactivo. Cualquiera que la conozca la puede describir como “una muchacha muy pila” y también osada, con muy mala memoria, debo acotar. Con buena conversa me mantuvo en el corrido hasta llegar a Puerto Colombia, lugar donde dejamos a Megan. Se trata de una posada con un estacionamiento amplio, que en su momento albergaba al menos 12 carros. Cobran por adelantando, 60 bolívares el día. En nuestro caso fueron 180.

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Piernas delgadas y largas vestidas con un jean azul y botas de suela gruesa negras, un atuendo ajeno a lo que acostumbra ver la arena y el mar. Una franela verde manzana como su apodo. Una fila de pelos claros oscuros esconden su labio superior y cuando te besa, que lo hace con mucha frecuencia, causa cierta piquiña. Manzanita es una manzana acaramelada, cada tanto te rodea con sus brazos y remata con un beso en la cabeza, la mejilla, la nariz, donde sea reposa su húmedo gesto. Su tez es tan blanca que el sol lo pigmenta rojo y de ahí es que proviene su apodo “manzanita”.
—“Chamo, es que te pones demasiado rojo como una manzana y ahí empezaron a llamarme así: Manzanita” contó a modo anecdótico.

Por culpa del refresco Hit de manzanita es que cuando lo escuchas puede que te imagines una manzana verde y no roja.

Desde hace 15 años que vive ahí en Chuao. Cuenta que apenas lo conoció, se enamoró de la paz, la belleza y tranquilidad. Y no lo culpo. Aunque de seguro no se compara a lo que era hace 15 años. Más virgen, menos poblado, quizás más íntimo.

Su nombre es Luis Rafael y apuesta a que casi nadie lo sabe. Parece un hombre que disfruta estar solo, de rodearse de cosas simples. Estado civil: “felizmente divorciado”, con hijos mayores que viven en el exterior, para variar.
Su estilo de vida, palabras, gestos, toda esa fruta hecha hombre me hizo recordar un fragmento de El Principito: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”. Manzanita ve con el corazón.

Solía repetir con frecuencia: “Aquí yo hago panas, no clientes”. Contaba que hacía una semana había atendido a una "parranda" de irlandeses que estaban fascinados, y antes de ellos llegaron unos brasileros. Uno como venezolano le cuesta creer que nos visiten aun con el problema de la inseguridad, pero no dejan de existir esos casos aislados de turistas en su búsqueda del cálido Caribe que nos visitan y quedan enamorados de nuestros paisajes. Venezuela es más que un país con forma de pistola ahogado en problemas.

Se comparaba con los vecinos de al lado, un negocio de venta de comida y bebida, que estaban llenos de gente que pagaron por una mala atención. Manzanita es servicial y ofrece más que un botellón de agua o los mejores tostones de la playa, según me confesó él mismo y que no pude comprobar porque no los probé. Su amistad, su buena vibra, su paz interior la refleja y comparte. Lleva una vida austera. Presumo que su comida favorita es la arepa, tanto en la cena como en el desayuno. Esta completamente deslindado de las preocupaciones caraqueñas. Por impresionante que se lea en Chuao están dotados de: harina pan, aceite, mantequilla, crema dental, azúcar, café, esas cosas por las que aquí nos matamos. Los abastos se veían coloridos, abastecidos, sin colas, sin señoras histéricas. Chuao parecía el paraíso, literal.

Su casa no posee puertas, ni delantera, ni trasera. No hay ventanas, es su manera de darles la bienvenida a todos. En una de sus paredes de palo de bambú seco versa “bienvenido a mi paraíso”. En la parte trasera de su casa construyó un baño pequeño, que sí tiene puerta con seguro, dotado de una poceta, lavamano y ducha. El orden y limpieza del baño denota su pulcritud y carácter meticuloso. Ahí no todos son bienvenidos. Debe estar siempre bajo llave y solo es él quien te la proporciona sin costo alguno. La llave es otro elemento curioso. Cuelga una cuerda gastada y como llavero una lata de Coca-Cola deforme y decolorada. La llave maestra que te acoge a otro paraíso, porque el baño lo ha significado para cada uno de nosotros en al menos una oportunidad ¿o no?

Con voz fina y suave contó cómo pasaron el temblor en Chuao. Narró con precisión que escuchó una explosión muy fuerte detrás de su casa, como si se tratara de una bomba. De hecho, aseguraba que ese había sido el epicentro del temblor. Se alarmó en su momento, pero no pasó de ahí. Posee una memoria admirable, Dana desearía poder recordar detalles tan nimios como los que contó Manzanita de anteriores terremotos y temblores.

El primer día preguntó nuestro signo al igual que la fecha de cumpleaños; al día siguiente repitió los números sin equivocaciones, sin anotaciones. Tres cumpleaños de unas recién conocidas.

Probamos sus arepas, redondas, tostadas, divinas. Nos trató como reinas. Su casa está a la orden y no veo la hora de poder regresar a "mi paraíso". Aquí te dejo algunas de las fotos que tomé.

Pronto les contaré y mostraré las fotos de El Chorrerón.
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